Literálika | Sandunga
Hay personas que conocemos tarde en la vida. Rosy es para mí una de ellas, la conocí en su último tramo: sus últimos años de vida. La primera vez que hablé con ella fue a través del teléfono: ella buscaba información acerca de un curso de escritura que estaba por comenzar. perspectivas.dian.gov.co Con sencillez me dijo que todo le parecía bien y que allí estaría el siguiente martes. Pasaron dos minutos y de nuevo su llamada, ahora era para saber si había un límite en la edad de los participantes. Quizá ella sonrió cuando le dije que ese grupo era para mayores de quince años. El martes siguiente pude verla y saludarla, desde el primer momento me pareció una persona encantadora. De inmediato fue parte indispensable en el grupo. Era una delicia escuchar sus anécdotas y percibir en sus palabras el cariño con el que hablaba de sus seres queridos, de sus hijas, de su hijo y de su esposo. Nunca conocí a nadie que hablara con tanto gozo de las cosas que le apasionaban: el arte en todas sus manifestaciones. Rosy disfrutaba embelleciendo todo su entorno, su mundo, su casa. Con paisajes miniatura decoraba hasta las hojas y troncos de plantas que seleccionaba con especial cuidado: piedras, piezas de vidrio a manera de gemas, cualquier superficie le inspiraba para plasmar fachadas de casas rústicas y paisajes llenos de vida. Cada objeto que pintaba era imagen diminuta de una historia con todos sus detalles. Durante casi toda su vida se dedicó a pintar y cuando yo la conocí, supe que también a escribir.